María Cristina Mata
Quisiera no haber tenido que escribir estas palabras.
Despedir a quienes queremos y respetamos es tarea
siempre dolorosa. Pero se murió el maestro y amigo Jesús Martín Barbero y agradezco
la invitación de la Revista de nuestra Federación para recordarle y honrarle,
como lo hemos hecho tantas veces desde ese triste 12 de junio en que nos dejó.
En varios de esos momentos de recordación -como lo
había hecho en dos libros que reúnen
reflexiones acerca de los 30 años de De los Medios a las
Mediaciones-, conté que conocí a Jesús en 1982. Todavía conservo copia
de la conferencia policopiada -como se usaba por entonces, ya que lejos
estábamos del mundo digitalizado-, que nos entregaron en el Primer Foro
Internacional de la Comunicación Social “Comunicación y Poder” organizado por
la Universidad de Lima. La conservo como
constancia de una marca. De un momento bisagra
para mí como luego su pensamiento lo sería para otros.
“Estos apuntes –así abría Jesús aquella conferencia que justamente había
titulado ‘Apuntes para una historia de las matrices culturales de la massmediación’-, se ubican a medio camino entre la
reflexión exigida por la crisis de los modelos teóricos y políticos desde los
que hasta hace poco eran pensadas las luchas de las clases populares y la
‘especificidad’ conquistada por la reflexión latinoamericana sobre los procesos
de comunicación masiva”. Fue ese entre
el que desde el arranque me llevó a escucharlo con particular interés o mejor
sería decir, movida por la necesidad. Por entonces, desde mi precario saber
comunicacional, conducía una investigación participativa con compañeros de Radio Enriquillo en el sur de República
Dominicana, tratando de comprender las claves de la popularidad de aquella
emisora que además –y para asombro de quienes estaban habituados a pensar los
medios alternativos de comunicación como experiencias poco exitosas en términos
masivos-, era considerada por los habitantes de la región “el jorcón del medio” -ese palo que sostiene la casa- porque
sin ser propia se había metido en su vida cotidiana y sus luchas para que ellos
pudieran hablar y contar en ese doble sentido del relatar y el ser tenidos en
cuenta del que el propio Jesús hablaría años más tarde (Martín Barbero, J.
2005). Y pensando la relación que existía entre esa vida y esas luchas
populares y lo que un medio masivo podía expresar y construir entre ellas, yo
utilizaba el aparato teórico que por entonces representaba el pensamiento
crítico; esas perspectivas que, entre otras cosas, consideraban
el esquematismo y la reiteración melodramática de los relatos como un
recurso de adormecimiento de la conciencia; un dispositivo que impedía a los
consumidores de medios masivos pensar la diferencia y la transformación.
Y sucedió que al promediar aquella conferencia, Jesús Martín Barbero
planteó aquello de que “lo masivo se ha gestado lentamente desde lo popular”
adjudicando a un “enorme estrabismo histórico” o a un “profundo etnocentrismo
de clase” la imposibilidad de pensarlo más que como decadencia o dominación y,
en oposición a ello, la necesidad de recuperar las marcas de la cultura popular
activada pero al mismo tiempo reificada. La necesidad
de asumir que “la gestación y desarrollo de ‘lo masivo’ es históricamente la de
una mediación que incomunica, ya que produce a la vez la diferenciación, la
separación de dos ‘gustos’ y la negación de esa diferencia en el imaginario
colectivo”.
Para sostener su argumento Jesús desplegaba un saber, unas referencias
teóricas, unas tradiciones provenientes de la historia, de la teoría literaria
y del arte que yo conocía –aunque mucho más pobremente que él- porque me había
formado en el campo de las letras. Y sin embargo, escuchándolo, sentí que
metida en el campo de la comunicación –por
entonces no consolidado-, yo había olvidado aquellos saberes; que en lugar de
cultura, de sentidos que se producían al vincular historia y experiencia
cotidiana, yo leía en los medios –aún en los que buscaban ser lugar de
expresión de la voz popular- sólo la marca de la fabricación mediada
tecnológicamente para las masas. Y de ahí, por ejemplo, que en la repetición de
personajes, secuencias y desenlaces propia de los sociodramas
producidos por los compañeros de Radio
Enriquillo, yo no podía ver unos códigos populares -los modos populares de
trasmitir el saber- sino mera serialidad que debía
desterrarse para favorecer el pensamiento crítico, una conciencia clara acerca
de la dominación que los habitantes del sur dominicano vivían.
Apenas terminó su conferencia me le acerqué y le dije
que tenía que hablar con él, que sus planteos –ésos vinculados con lo masivo
gestado desde lo popular- me habían hecho sentir que yo estaba haciendo todo
mal. Esa misma siesta tomamos un café y le confesé las razones de mi malestar;
un sentimiento de enojo conmigo misma por haber olvidado todo lo que él
planteaba y que yo, a partir de las lógicas de la manipulación y el dominio de
unos sobre otros predominantes en los estudios críticos de comunicación, había
desechado como saber útil para entender los medios y sus usos.
Esa misma tarde volvimos a encontrarnos porque los
organizadores del Foro le habían encomendado ser comentarista de un panel sobre
comunicación popular en el que participábamos Rosa María Alfaro y yo. Cuando
terminé de exponer los avances de mi investigación sobre la que habíamos estado
hablando, Jesús con ese tono a medias irónico y simpático tan suyo me dijo “¡suerte
que estabas haciendo todo mal!”, en un claro reconocimiento a mis esfuerzos por
estudiar una práctica de comunicación alternativa sin violentar su naturaleza.
Muchas veces, cuando nos encontrábamos, recordábamos
aquél intercambio que nos conmovía y nos hacía reír y a partir del cual empezó
nuestro diálogo: él enriqueciendo a través de larguísimas cartas mis
investigaciones; yo respondiéndole a qué me sabían sus textos porque lo
preguntaba cada vez que publicaba uno nuevo; él aceptando o cuestionando mis
lecturas; yo de vez en cuando acercándole un material desconocido para él que
agradecía afirmando que yo ejercía, como tantas y tantos otros, la función de
espías o detectives capaces de encontrar las huellas, las marcas de lo que él
andaba buscando; él empezando a citarme porque Jesús iba por la vida buscando
personas con las cuales hablar y a quienes escuchar, tejiendo de ese modo redes entre
investigadores que leía y que de algún modo permitía se conocieran entre
sí. Porque ése fue su modo de construir
otra academia, donde no importaban los cánones, los títulos y distinciones,
sino que importaban las búsquedas, los deseos de interrogar, el compromiso
entre el pensar y el hacer que siempre fue su ética política.
Cuando en 2009, en la Universidad de Córdoba, a
solicitud de la Maestría en Comunicación y Cultura Contemporánea del Centro de
Estudios Avanzados que yo dirigía se le otorgó el título de Doctor Honoris
Causa, recordé que en 1920 Deodoro Roca -uno de
los líderes de la Reforma Universitaria de 1918-, había propuesto a las
autoridades suprimir el doctorado planteando que para construir la universidad
con que soñaban era necesario derribar sus más graves deformaciones: la
profesionalización y la especialización reductora que impedía encontrar, tras
los títulos, los rastros de una formación integral y crítica. Y manifesté que
la integración de Jesús Martín Barbero a nuestra universidad, a partir del
título que se le concedía, era un modo de asumir renovadamente
aquella necesidad. Porque afirmé entonces y reitero hoy, que tal vez su
contribución más significativa al campo de la comunicación y de las ciencias
sociales fue su empecinado combate contra las parcelas, las fronteras, los
ensimismamientos, las inercias, los encasillamientos; ésos que produciendo
objetos claros y distintos ensombrecen las posibilidades de abrirnos a la
comprensión de las complejidades de nuestro tiempo y nuestra sociedad.
En aquella intervención pedí excusas a Jesús porque en
las referencias que iba a hacer para fundar esa afirmación, quedarían fuera
muchas de sus batallas; mucho de lo extenso de su trayectoria. Hoy, como
entonces, pido excusas y comparto brevemente las razones de esa afirmación.
En 1982, el mismo año en que lo conocí, un artículo
mimeografiado y fotocopiado cientos y cientos de veces que las y los docentes
más antiguos de nuestras carreras recordarán, contenía una intervención suya en
un encuentro de investigadores realizado en la Universidad Javeriana de Bogotá.
Ese texto nos permitió acceder a las reflexiones que venía realizando desde
1975 cuando comenzó a diseñar y dirigir en la Universidad del Valle de Cali un
Departamento de Ciencias de la Comunicación que se diferenció notoriamente de
las tradicionales carreras de periodismo existentes por entonces.
En aquel texto Jesús planteaba que la investigación
crítica en ciencias sociales y particularmente la investigación en comunicación
masiva se definía en América Latina como una ruptura más “afectiva” que
“efectiva” con el funcionalismo; una perspectiva que teóricamente se
descalificaba pero que seguía operando como esquema analítico impidiendo pensar
lo que racionalizaba: la historia y la dominación, la contradicción y el
conflicto. Una matriz que, a su entender, seguía viva por la complicidad que
mantenía con ella la lingüística estructural al descartar del análisis
comunicativo el espesor histórico-social del lenguaje; es decir, al dejar por
fuera la complejidad y la opacidad del proceso, todo aquello que excedía y
subvertía el ir y venir de la información, todo lo que era huella del sujeto
histórico y pulsional, todo lo que era poder, control o fiesta en la
comunicación.
La provocación contenida en aquel texto se acrecentó
cuando en el mismo año, en aquel Foro internacional al que me referí, luego de
sesudas intervenciones de intelectuales latinoamericanos y europeos acerca del
poder de los medios y tecnologías de información, Jesús se atrevió a preguntar qué
había de actividad y no sólo de pasividad resignada en los dominados, qué era
lo que trabajaba en los dominados a favor de su dominación y qué había también
en ellos de resistencia y réplica. “Es nuestro sofisticado instrumental de
análisis el que no está hecho para captar esa actividad” afirmó con vehemencia
ante un auditorio entre incómodo y perplejo, para inmediatamente anticipar lo
que años más tarde sería –al menos eso pienso- su mayor acto subversivo: la
publicación, en 1987 de su libro De los
medios a las mediaciones.
Ese texto fue el lugar donde Jesús materializó la
necesidad de perder seguridades, de perder los objetos –encarnados en los
establecidos análisis de producción y decodificación de medios y mensajes-,
para seguir la pista a los procesos históricos, económicos, políticos y
culturales que habían hecho posible el desarrollo de esos medios y la
constitución del pueblo en masas y en receptores en un continente, el
latinoamericano, respecto del cual sintió –y no estoy utilizando
equivocadamente el término sentir-, que sólo era pensable desde el conflictivo
encuentro entre dos nociones que hasta entonces parecían excluirse o
reemplazarse mutuamente: las de modernidad y cultura popular.
En ese sentido De
los medios a las mediaciones fue una bisagra, un parte aguas. Y por eso
suscitó polémicas que no han acabado como lo ha hecho todo su pensar. Porque lo
que Jesús se animó a mostrar en aquel viejo y siempre actual libro, fue el
chantaje –él usó durante toda su trayectoria ese término con verdaderas ganas-,
que desde ciertos sectores de las ciencias sociales y del lenguaje se ejercía
para sancionar la legitimidad del estudio de la comunicación masiva en tanto
objeto reductible a aspectos distintos, medibles, experimentables, violentando
su inquietante complejidad. Y porque se animó a mostrar lo que unos años
después explicitara en una entrevista: aquello de que “nosotros habíamos hecho
estudios culturales mucho antes de que esta etiqueta apareciera”[2].
Es decir, recuperó el pensamiento latinoamericano sobre nosotros mismos y puso
a pensadores que de medios y mensajes poco
o nada decían como José Carlos Mariátegui, Darcy
Ribeiro, Guillermo Bonfil Batalla u Orlando Fals
Borda -por mencionar sólo algunos de quienes integran el enorme cuerpo de
referencias bibliográficas que incluye en la quinta y sexta parte de ese
libro-, a iluminar el campo de estudios de comunicación, sostenido hasta
entonces en fuentes externas y disciplinares.
De ahí en más Jesús no cesó de batallar.
Nos enseñó que necesitábamos hacer dialogar a Freire
con Ricoeur; a De Certeau
con Merleau Ponty; a Patricia Terrero y Nora Mazziotti
con Carlos Monsivais y Giselle Munizaga; a Gramsci con
Williams, a E.P. Thompson con Benjamin; a Milton
Santos y Renato Ortiz con Norbert Lechner
y Alcira Argumedo,
y a todas y todos ellas y ellos con artistas –poetas, escritoras/es,
músicas/os-, por mencionar sólo algunos de los fecundos cruces que prohijó
liberando cotos disciplinarios y erosionando certezas y verdades adquiridas.
Sus preguntas des-ubicaron perspectivas teóricas y
programas de investigación. Las categorías y metáforas que construyó –las
mediaciones, los mapas nocturnos, las cartografías, los destiempos,
los mestizajes y fronteras-, los objetos que vivificó –desde el melodrama a las
culturas juveniles, desde las políticas culturales a la condición urbana, desde
las tecnicidades a los miedos-, fueron también des-ubicando la comunicación,
para convertirla en un lugar estratégico desde el que asumió su condición de
intelectual conmovido y comprometido para pensar nuestro mundo hecho de
inequidades, exclusiones y violencias, pero también para intervenir política y
académicamente en instancias públicas nacionales y regionales a las que fue
convocado, tratando de materializar la esperanza contenida en su pensamiento
crítico.
En Procesos de
Comunicación y Matrices de Cultura, otro de sus libros, publicado en 1988,
donde nos invitaba a recorrer el itinerario que llevaba transitando por más de
10 años para salir de lo que él denominaba la “razón dualista”, Jesús incluyó
una frase de Michel Foucault que dice: “Hay momentos en la vida en los que la
cuestión de saber si se puede pensar distinto de cómo se piensa y percibir
distinto de cómo se ve, es indispensable para seguir reflexionando”. Estoy
convencida que para Jesús saber eso, saber si podía confrontarse, interpelarse
a sí mismo, le era indispensable para vivir. Para pensar su tarea como
investigador riguroso. Para pensar su Colombia, ese país roto que había que
“poner a comunicar” (Martín-Barbero, 2005) –como él decía-, por el que tanto
sufría y por el que esperaba tanto. Para
ser ese maestro que animaba a caminar sin muletas en mundos académicos
temerosos y dogmáticos; que mezclaba su lúcida pasión por comprender la
realidad y transformarla con el saber de las y los demás; siempre escuchando.
Pero también le era necesaria esa certeza de poder
pensar diferente para construir las amistades -como bien hemos recordado en los
varios homenajes realizados desde su muerte colegas de América Latina y
Europa-, con franqueza y lealtad; con
ternura y complicidad, compartiendo con quienes tuvimos la dicha de estar cerca
las alegrías y pesares, las incertidumbres y apuestas, las victorias y derrotas
que vivíamos en nuestras patrias, los cuentos de quienes amaba por sobre todo
–su esposa Elvira, su hija Olga y su hijo Alejandro- y las historias que cada
quien le contaba sobre sus propios amores.
El último regalo que recibí de
Jesús fue uno de sus poemas, que había escrito allá por 2016[3].
Se lo agradecí diciéndole que era un perfecto autorretrato. Y él me contestó
“eso he tratado”. El poema dice así:
Hacer palabras
como se
hace un hijo,
a medias
entre el miedo y el deseo.
Y
tenerlas después
en el
cuenco infinito de las manos
para
ofrecerlas, aún balbuceantes,
a los
viejos amigos.
Hacer
palabras laboriosamente
como se
talla en piedra un sueño,
como se
amasa un pan.
Hacer
palabras
para
decir oscura y torpemente
lo que
alguien
oscura y
torpemente vive.
Hacer
palabras,
como se
hace un hijo,
para
poner la mano en su cabeza
y
detener la muerte.
Ese enorme pensador que fue Jesús
Martín Barbero, ese entrañable amigo que fue Jesús,
pasó su vida haciendo laboriosamente palabras que iluminaron y perturbaron, que
develaron e imaginaron, que cuestionaron y denunciaron. Palabras que enamoraron
y enseñaron. Palabras que nos ofreció con enorme generosidad porque vivía cuando
pensaba y sentía con otras y otros.
Palabras que serán recordadas
cientos, miles de veces, como un gesto tozudo para detener la muerte, como apostaba
en su poema. Porque comencé diciendo que el 12 de junio nos dejó y no es enteramente
cierto. Acá se queda; en cada una y cada uno de quienes aprendimos de él y con
él; en cada una y cada uno de quienes compartimos con él emociones y afecto; en
cada una y cada uno de quienes podemos llamarle con enorme respeto y emoción,
maestro y amigo.
Textos
citados
Martín-Barbero, Jesús (1982) “Retos a la
investigación de comunicación en América Latina”. En Memoria de la semana Internacional de la Comunicación. Bogotá,
Universidad Javeriana.
-----------------------------(1987).
De los medios a las mediaciones,
Barcelona-México: Gustavo Gili.
----------------------------- (1988) Procesos de Comunicación y Matrices de
Cultura. Itinerario para salir de la razón dualista. México, Gustavo Gili.
---------------------------- (2005) Poner este roto país a comunicar.
Discurso pronunciado en el otorgamiento del Doctorado Honoris Causa por la
Pontificia Universidad Javeriana, Facultad de Comunicación y Lenguaje, Bogotá: PUJ.
---------------------------- (2019) El guerrero y el árbol. Bogotá, Icono Editorial.
Moragas, Miquel de, Terrón, José Luis y Rincón, Omar
(eds.) (2017) De los medios a las
mediaciones de Jesús Martín Barbero, 30 años después, Barcelona, InCom-UAB Publicacions.
Rincón, Omar (ed.) (2018) Pensar desde el Sur. Reflexiones acerca de los 30 años de De los Medios a las Mediaciones de Jesús Martín-Barbero, Bogotá, FESCOMUNICACION.
Spielmann, Ellen (1997). “Nosotros habíamos hecho estudios
culturales mucho antes que esta etiqueta apareciera: una entrevista con Jesús
Martín Barbero”, Dissens,
Revista Internacional de Pensamiento
Latinoamericano 3 pp. 47-53
[1] Este texto incluye parte de mis intervenciones en diversos homenajes
realizados desde la muerte de Jesús Martín Barbero, así como de artículos
publicados en los libros De los medios a
las mediaciones de Jesús Martín Barbero, 30 años después (Moragas, Terrón y
Rincón, eds. 2017) y Pensar desde el Sur (Rincón,
ed. 2018) y de mi alocución en la entrega del Doctorado Honoris Causa a Jesús
Martín Barbero en la Universidad Nacional de Córdoba, en noviembre de 2009
[2] Entrevista realizada en Berlín noviembre de 1996 y publicada bajo ese
título en Dissens, Revista Internacional
de Pensamiento Latinoamericano 3 (1997).
[3] Originalmente el poema enviado por Jesús se llamaba “Deshojando
palabras”. Fue publicado como “Palabra: hijo” en su libro de poemas, El guerrero y el árbol (2019, p. 87).